Ser misionero es ayudar a saciar la sed de Dios que la gente tiene
He iniciado el mes misionero visitando
de nuevo las comunidades, esta vez las del Río Negro. Desde el día
2 hasta el 8 he ido recorriendo cada una de ellas para acabar el fin
de semana con un encuentro de catequistas, en el que hemos trabajado
como celebrar la Palabra y una introducción a la Biblia.
Una de las cosas que me hacen pensar es
lo poco que nos esforzamos como Iglesia para que las comunidades del
interior, esparcidas a la orilla de los ríos, puedan vivir la fe.
Nuestra presencia sacerdotal es muy limitada y a veces uno escucha
relatos de formas de llevar a cabo el trabajo que no entiende y mucho
menos comparte. Añadido a esto puedo decir que dedicamos muy poco
tiempo a la formación de los catequistas.
No podemos olvidar que la vida de las
comunidades depende en gran medida de ellos, pues son quienes se
hacen presentes en el día a día de la comunidad, por lo que una
buena formación, que les aporte elementos para poder llevar a cabo
la misión evangelizadora es algo decisivo.
En el encuentro de este fin de semana
no eramos muchos, pero me sorprendió gratamente que la mayoría eran
jóvenes y sobretodo la gran disposición y ganas de aprender que
manifestaron. La gente tiene sed de las cosas de Dios y como
sacerdotes somos obligados a saciar ese sentimiento. De lo contrario
no estaremos siendo fieles al ministerio pastoral que la Iglesia nos
ha encomendado en nuestra ordenación.
Una Iglesia sacramentalista, basada en
ritos que muchos no entiende, donde la vida queda aparcada a la
entrada del templo, tiene fecha de caducidad. A esto se une, en la
región donde me muevo, como ya he señalado muchas veces, que la
gente quiere ser escuchado, compartir su vida sin prisas, que estemos
dispuestos a ser oyentes fieles de historias de vida, que muchas
veces nos enriquecen en gran medida, pues nos llevan a reflexionar
sobre aspectos fundamentales de nuestra vida, que creemos válidos y
casi inamovibles, pero que a medida en que son confrontados como
otros modos de entender la existencia nos damos cuenta de sus
límites.
Sin duda, la misión me lleva a hacerme
preguntas, cada vez más que intento responder, pero que ni siempre
consigo. Bajando y subiendo el Río Negro, pilotando la “voladora”
como dicen los que viven al otro lado de la frontera, uno reflexiona
sobre lo que se va encontrando. Espero que poco a poco Dios me vaya
mostrando luces que me indiquen el camino a seguir, al lado de estas
comunidades indígenas a las que acompaño, con quienes tanto aprendo
sobre ese Dios que en Jesús de Nazaret nos llama a subir en su
barco.
Un abrazo
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