Una Iglesia sin mucha parafernalia

Hola a todos/as:

He pasado una semana más en las comunidades del Río Negro, visitando a la gente, celebrando los sacramentos (eucaristía en seis comunidades, más de cien confesiones, veinticuatro bautismos y la unción a algunos enfermos) y sobre todo disfrutando de la vida del día a día de los indígenas.

Disfruto mucho observando sus quehaceres cotidianos, sobre todo ver a los niños, tan diferentes en su forma de entender la vida de aquellos que viven en otros lugares, divirtiéndose con cosas simples. Es una vida que me ayuda a entender que es posible vivir al margen de una serie de imposiciones sociales que poco a poco nos van dominando desde que nacemos.

Eso también nos pasa en la Iglesia, vivimos con demasiada parafernalia, nos hemos introducido en una pompa que nos aleja de ese Dios que se hace presente en las cosas pequeñas, en la simplicidad. Nos preocupamos demasiado con las rúbricas, con mantener una imagen, no sea que alguno vaya a decir que estamos fuera de la norma. Eso hace que todo se convierta en algo monótono, donde la vida no aparece. Y cuando la vida no aparece, Dios tampoco lo hace.

A las comunidades indígenas se les puede acusar de que no cumplen las normas, la mayoría de las veces porque nadie se las enseñó, pero cuando se las va conociendo uno tiene que afirmar que el Espíritu de Dios se siente allí, que Dios se hace presente, en lo poco que tienen y lo mucho que viven.

Ya he pasado dos veces por todas las comunidades de la parroquia y puedo decir que es en esas visitas donde uno descubre la esencia de la misión, de una Iglesia a la intemperie, que llega a la gente desde la presencia, con poca cosa.


Un abrazo

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