De vuelta a la vida del día a día

Hola a todos/as:

Acabo de leer una de esas noticias que me llevan a reflexionar, a pensar en la misión, que es lo que llena mi vida, a continuar dando pasos. Este domingo se cumplen 25 años de la muerte del jesuita leonés Segundo Llorente, a quien dicho sea de paso me unen lejanos lazos de parentesco. Fue misionero en Alaska durante cuarenta años, y los resumió diciendo: «Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales a hacer la señal de la cruz. Con eso me doy por contento». Estoy convencido de que el sentido de la misión es ese, hacer pequeñas cosas. No podemos pensar que vamos a transformar la realidad por completo, pues la historia no empieza ni acaba con nosotros, tiene un antes y un después. Mil años en tu presencia es un ayer que pasó, nos dice el salmo 90, y eso, junto con ejemplos como el del padre Llorente, nos ayuda a no pensar que somos los salvadores de la patria.

La semana pasada escribía desde Venezuela, donde estaba participando del encuentro continental de la OCSHA. Fue un momento interesante, de intercambio de experiencias con gente que tiene muchos años de misión en la maleta, gente que ha dado la vida para que las cosas de Dios sean cada vez más conocidas y el mundo pueda ser un poco mejor. Después de un viaje interminable, con escalas en Bogotá y São Paulo, llegamos a Salvador, donde dormimos y el domingo por la mañana vine para celebrar la fiesta de San Sebastián en una comunidad de Itaetê, pues Erivaldo está disfrutando de sus merecidas vacaciones. Siempre es bueno encontrarse con la gente que ha formado parte de la vida de uno durante varios años y experimentar el cariño de la gente más sencilla (sé que en el caso de otros ese cariño se traduce en odio, pero ser odiado por los que siempre masacraron a los pequeños es motivo de orgullo, pues muestra que no estamos en el mismo barco).

El lunes la fiesta de San Sebastián fue en Igatú, uno de esos lugares mágicos en los que tengo la suerte de ir con frecuencia. Todo mundo disfrutó de una fiesta bonita, con la presencia de mucha gente de fuera, pues no podemos olvidar que Igatú es uno de los destinos turísticos más visitados de la región. El martes volví a Itaetê a celebrar el bautizo de un niño y una niña. Me alegró el hecho de ir, pues es gente que vale la pena. Casé a los padres de ambos cuando estaba allí y siempre están participando y ayudando en la comunidad en la que viven. Por gente así vale la pena hacer el esfuerzo de pasar por una "carretera" intransitable, una prueba más de la incompetencia de una administración que está llevando al municipio de Itaetê a una situación calamitosa, echando la culpa de todo a los otros, entre ellos a mi, que ni allí vivo...

El miércoles fue día para trabajar en casa y preparar los folletos litúrgicos del mes de febrero y ayer celebré en dos comunidades de la zona rural. También llegaron dos familias amigas para disfrutar de unos días en este paraíso en que vivo. Como decía uno de aquí, no tengo culpa de vivir donde los otros vienen a pasar las vacaciones... La fe crea lazos con las personas y eso nos ayuda a crecer y disfrutar más de la vida.

Un abrazo a todos/as.

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