Hacerse presente en lugares y situaciones donde la gente vive abandona
A medida en que uno se va alejando del
centro se va dando cuenta de la situación de abandono que sufren
quienes viven en las periferias. Resulta difícil callarse ante tanta
injusticia, ver como unos pocos se aprovechan de una condición
social y económica a costa de una gran mayoría que secularmente ha
permanecido sometida a la voluntad de los dominadores.
Estando en Manaos participé de una
reunión en el Tribunal de Justicia del Estado de Amazonas. Diversos
movimientos sociales entregaron un escrito al Presidente del Tribunal
en la que reprobaban con indignación la puesta en libertad de un
político, Adail Pinheiro, que ha cometido crímenes de abuso de
menores. Brasil, como muchos otros lugares, es un país donde todo
tiene precio, todo se puede comprar, inclusive la libertad de
criminales que deberían pudrirse en la cárcel. Lo peor de todo, es
que la máxima instancia jurídica dice que hay poco que hacer al
respecto, que la ley es así.
La situación de abandono se ve en las
cosas más cotidianas. En el viaje para São Gabriel da Cachoeira fui
testigo y víctima del sufrimiento de la gente cuando viaja. La
lancha que nos traía, que debería tardar unas 26 horas, tardó 43
horas en realizar el trayecto. Todo por falta de mantenimiento, pues
son lanchas que difícilmente son revisadas. En otros lugares el
dueño de la lancha sería obligado a devolver el importe del billete
y pagaría una multa, aquí nadie reclama y si alguien quisiese
hacerlo no iba a encontrar un organo donde presentar una denuncia. Es
el deseo de ganancia desmedida a costa del sufrimiento de la gente,
tratada muchas veces como animales.
Llegando a São Gabriel me deparo con
una situación de tortura por parte de algunos policías. Algunos
presos han recibido palizas hasta el punto de romper el brazo de uno
y los dedos de la mano de otro. Me ha impresionado ver al padre de
uno con lágrimas en los ojos, sabiendo que hay pocas probabilidades
de que las cosas cambien. Al final es gente pobre, con pocas
posibilidades de defenderse. Frente a eso es una señal de esperanza
la actitud del obispo que desde que conoció los casos de tortura se
ha puesto a disposición de las familias y ha buscado los medios para
intentar resolver el problema.
La misión es eso, estar al lado del
que sufre, hacer opción por quien no cuenta, denunciar todo lo que
acaba o deteriora la vida de la gente. En un mundo donde la violencia
institucional cada vez está más presente, donde sujetos como Trump
y sus amigos se creen con poder para disponer de vidas ajenas, nos
cabe, desde nuestra fe cristiana, hacer realidad otro mundo, que sea
mejor para todos y no sólo para unos pocos.
Un abrazo
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