Vivir sin fronteras
Aquello que hacemos en el día a día
tiene que llevarnos a pensar, a reflexionar sobre lo que eso
significa en nuestra vida. Dejar de hacer este ejercicio mental
provoca que nos convirtamos en seres que se dejan llevar de un lado
para otro, como borregos que de cabeza baja caminan sin saber muy
bien para donde.
El domingo por la tarde fuimos a pescar
en el Río Negro, una cosa común para quien vive en Cucuí. Lo
sorprendente para mí, que no para la gente de aquí, es que
estuvimos en tres países, Brasil, Colombia y Venezuela. Eso me lleva
a reflexionar sobre la vida en la frontera.
Vivir en la frontera no siempre es
fácil, vivir sin fronteras es fantástico. La sociedad quiere poner
en nuestra mente la necesidad de establecer fronteras, de separarnos
unos de los otros. Al final, como dice el dictado, divide y vencerás.
Aprendemos a no querer que nadie ultrapase ninguna frontera, que
todos se queden del otro lado de esa línea imaginaria que cada uno
establece entre países, entre religiones, entre razas, entre
personas... Dejamos bien claro para los otros hasta donde pueden
llegar.
Ser cristiano tiene que llevarnos a vivir sin fronteras, a dejar que el otro se aproxime, llegue cerca. En la medida en que eso sucede uno va descubriendo todo lo que el otro nos enriquece y cómo es mejor sentir la presencia del hermano en nuestra vida. Vivir sin fronteras es posible cuando aprendemos a mirar para el otro como Dios nos mira, con misericordia y no con desconfianza, con disposición para acoger y no con recelo.
Pero quien vive sin fronteras, quien
quiere acoger al que llega, es visto con desconfianza, inclusive por
algunos de los que se dicen cristianos. Ellos nos quieren convencer
de que es mejor construir muros, no dejar pasar a nadie, que los
otros sólo quieren perjudicarnos, que todos son malas personas,
que van a acabar con nuestra vida, con nuestra sociedad, con nuestros principios... No preguntan nada, la respuesta
ya está lista, no dejes entrar a nadie.
Aquí las cosas son diferentes, el
mundo indígena es diferente. Es verdad que la cultura de los blancos
está siendo metida con calzador y que poco a poco aparecen
reacciones que hasta hace no mucho tiempo no estaban presentes en la
vida de esta gente.
Para quien vive en Cucuí, llegar a la frontera con Venezuela y
Colombia es cuestión de cinco o diez minutos. En el lado colombiano
nadie controla nada, al fin y al cabo es una pequeña tira de tierra
donde no vive casi nadie fuera de aquellos que dicen haber firmado un
tratado de paz que, según mucha gente de la región, no pasa de
papel mojado, pues ellos continúan haciendo lo mismo que antes y
controlando la vida de los que menos tienen.
En el lado venezolano
hay un pequeño grupo de soldados, sin muchos medios y que muchas
veces pasan hasta hambre. Al parar no nos ponen ningún problema, al
contrario, nos atienden con amabilidad e inclusive aceptarían que
celebrase misa con ellos de vez en cuando.
El resultado fue una buena pesca, sólo picaron los "peces venezolanos". ¿Para que se los dejasteis llevar?, podrían preguntar algunos. El río es de todos y eso de las
fronteras son inventos de los que siempre quisieron controlar el
mundo y la vida ajena... podrían responder otros
¡Vive sin fronteras, vas a recibir
mucho más de lo que das!
Un abrazo
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