Un baño de realidad en lo más profundo de la Amazonia

Hola a todos/as:

Después de nueve días en las comunidades más alejadas de la sede de la parroquia, reconozco que ha sido un tiempo para hacerme muchas preguntas. He visitado ocho comunidades donde no tenían misa desde hace casi un año, comunidades alejadas, donde somos desafiados a hacernos presentes, donde la gente siente la poca cercanía que como Iglesia les estamos mostrando. Eso me preocupa y me lleva a buscar cómo poder llegar hasta ellos con más frecuencia, aunque eso suponga un esfuerzo, a veces grande, pues llegar a la última comunidad supone dos días de viaje y, cuando el río está con poca agua, arrastrar la canoa y todo lo que llevamos por encima de las piedras.

La visita a las comunidades es mucho más que un momento celebrativo, es tiempo para conocer la realidad en la que la gente vive, para sentarse con ellos y escuchar. Cada uno va contando como viven su día a día, mostrando aquello que forma parte de su vida cotidiana. Es gente que tiene poco contacto con otros de fuera, aunque ahora viajan más a la ciudad, de hecho muchos no estaban en las comunidades, pues las clases todavía no han comenzado.

La educación es un problema serio, pues las condiciones precarias en las que ésta se lleva a cabo, hace que cada vez más gente se vaya de las comunidades. El destino muchas veces es la ciudad, donde no siempre tienen las mínimas condiciones de vida. Las clases comienzan mucho más tarde que en otros lugares y la falta de control hace que muchos días no haya clase, por los motivos más variopintos. A esto se une la poca presencia de los equipos que cuidan de la sanidad y también nuestra escasa presencia como Iglesia Católica.

Todo esto no me desanima, al contrario, es un reto, que da sentido a mi vida como misionero. Estar con la gente es lo que me lleva a estar aquí y a llegar a todas las comunidades, empezando por las más alejadas. Mostrar que son importantes y que el hecho de ser pocos o vivir lejos no resta el interés por llegar hasta ellos, con quienes, por otro lado, uno aprende mucho.

Esta gente nos enseña a dar valor a las cosas pequeñas, al simple hecho de tener lo que comer cada día, nos muestran la alegría de recibir un caramelo, de poder participar de una misa, de recibir y alegrarse con quien llega de lejos...

Agradezco a Dios por estos días y le pido que continúe dandome fuerzas para seguir haciéndome presente en estas comunidades, entre esta gente, para así aprender lo que de verdad vale la pena y cómo Dios siempre nos da mucho más de lo que merecemos. Continuar rezando por una misión en la que siento la compañía y la fuerza de mucha gente.

Un abrazo

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