Echando la vista atrás, agradeciendo por la vida recibida
Hola a todos/as:
Parar, pensar, hacer balance es
elemento que nos ayuda a recordar y agradecer lo vivido y a poder
construir el futuro sobre el terreno ya pisado. Del mismo modo que de
vez en cuando cuento lo que forma parte de mi vida cotidiana, el
final del año me lleva a hacer un repaso de lo que ha sido este 2017
y todo lo compartido con aquellos con quienes me he encontrado en
este tiempo, especialmente la gente de las comunidades del Alto Río
Negro y del Río Xié.
A primera vista tengo una sensación de
alegría, independientemente de las dificultades, de las
insatisfacciones que a veces uno siente, sobretodo cuando se siente
un francotirador en medio de la nada, sin el apoyo básico con
infraestructura mínima por parte de quien me ha enviado aquí.
Todavía tenemos que reflexionar mucho sobre el concepto de
periferias, que tanto nos habla el Papa Francisco, y entender que
hasta dentro de las periferias también hay periferias. Lo mejor de
todo es que uno siempre encuentra motivos para seguir, y lo hace en
el contacto con la gente más simple, de quien recibe en pago todo
aquello que llena nuestra vida por completo.
Este año ha sido un tiempo de mucha
salida, tanto a las comunidades, donde he pasado más de 90 días,
como a encuentros, reuniones en algunos lugares de Brasil. Son viajes
en los que uno no sabe cuando va a volver, pues la falta de
transporte es un fuerte condicionante en un lugar como éste. Bahía,
donde me encontré con mis compañeros de la OCSHA y “matei a
saudade” de la gente con quien viví durante más de nueve años,
Londrina, para participar de los preparativos del 14º Intereclsial
de las Comunidades Eclesiales de Base, que tendrá lugar en enero de
2018, Rio de Janeiro, donde tuvimos el Seminario Nacional de Fe y
Política, tres veces en Brasilia, para un encuentro de comunicadores
de la REPAM, los 10 años de la Red Un Grito por la Vida y un
encuentro de Asesores de las CEBs... Y también mi viaje a España,
donde cada año voy para participar de la Semana Española de
Misionología y encontrarme con la familia, los amigos y una tierra y
costumbres que evocan sentimientos de pertenencia.
Leyendo esto, algunos pueden decir que
me gusta mucho ir de acá para allá, pero en el fondo son
compromisos que uno va asumiendo y de los que el cuerpo sufre las
consecuencias de esos viajes interminables. Lo mejor de todo es lo
que uno va aprendiendo de esos encuentros, las personas que conoce,
que ve de nuevo, gente nos enseña y nos da bagaje para el futuro
trabajo cotidiano.
Gente que también viene a nuestro
encuentro, que comparte nuestro día a día. La llegada de Virginia y
Juan Carlos, con quienes me encontré a final de julio a la vuelta de
España fue una gran novedad en la vida de nuestra misión, un
matrimonio con amplia experiencia misionera en varios países que
fueron enviados por la Archidiócesis de Madrid para formar juntos un
equipo por tres años.
Pero la gente propone y Dios dispone...
Las cosas no siempre son como uno espera y las sorpresas cambian
nuestros planes de la noche a la mañana. La enfermedad ha llamado a
su puerta y ha aparecido algo que ya estaba dentro, con lo que se
hace necesario que se vuelvan para España y desde allí piensen en
como enfrentar el futuro. Por encima del trabajo, uno pierde la
posibilidad de tener a alguien al lado y de poder dialogar desde lo
cotidiano.
Junto con ellos, las visitas de la
hermana Rose, de la Red Un Grito por la Vida, de Lucía, que vino
desde España a pasar dos meses en la Amazonia brasileña, y de Antonio García Rubio, que al salir de la Parroquia del Pilar recibió como regalo un viaje a Cucui del que yo he disfrutado tanto o más que él, han
supuesto un enriquecimiento para mí y para las comunidades. La vida
me enseñó desde pequeño a acoger a quien llama a la puerta y a
abrir mi casa para quien quiere entrar, ofreciendo lo que uno tiene.
Esa es una actitud en la que he crecido todavía más a partir del
contacto con los pueblos indígenas, gente que se esfuerza en hacerte
sentirte en casa, especialmente en las comunidades del interior,
donde descubro la esencia de la vida y de la misión.
Mis andanzas por el Río Negro y Xié
me enseñan mucho, en las conversaciones distendidas que uno tiene
con la gente, en su simplicidad de vida, en su sonrisa natural, que
nace de una vida interior completamente diferente de aquella que
encontramos en otras latitudes, gente que pensamos que no tienen
nada, pero que en realidad lo tienen todo.
De 2017 me quedó con eso y lo quiero
representar en la foto que acompaña estas letras. Aldo, un niño que
vive en la Comunidad de San Marcelino, junto donde se juntan esos dos
ríos por los que me muevo cotidianamente. En él se concentra el
futuro de los pueblos indígenas de la región, gente que vive
aislado, pero que no quiere quedarse fuera del mundo. De hecho, Aldo
es conocido como Capitán América, el super héroe de los cómic y de
las películas, quien dice ser en cuanto abolla las tapas de las
cazuelas de su madre. Pero es el mismo niño que disfruta de baños
interminables junto con sus hermanos y amigos, el mismo que cada día
se levanta y contempla esos amaneceres únicos de los que se disfruta
en la región.
Paisajes que nos sorprenden y nos
trasladan al paraíso, en esos atardeceres que uno no se cansa de
observar, fotografiar y dar a conocer, en esa selva que nunca acaba,
en esas aguas negras en las que el reflejo de las nubes te hace
sentir que estás volando. Son esas las cosas del día a día, la
vida que nos va conduciendo y ayudando a descubrir esa mano de Dios
que siempre nos cuida.
Feliz 2018.
Un abrazo
Comentarios
Publicar un comentario