Llegué a la mayoría de edad

Hola a todos/as:

Este lunes, dos de mayo, me hago mayor de edad, pues estoy cumpliendo dieciocho años de ordenación sacerdotal. 

Cuando uno vuelve la vista atrás se da cuenta de cómo el tiempo pasa rápido, a una velocidad que no se controla. Lo que queda son las personas con las que me he ido encontrando a lo largo de estos años y cómo muchas de ellas han sido claro instrumento de Dios en mi vida.

Cumplo este nuevo aniversario dando los primeros pasos en esta nueva misión que la Iglesia me ha encomendado, la de acompañar la vida de los pueblos indígenas del Río Tiquié, conociendo una realidad desafiante. Es curioso comprobar que los años van pasando y las fuerzas ya no responden como en el fragor de la juventud, a pesar de que vivir y trabajar en estas tierras requiere un esfuerzo físico mayor, que uno va desenvolviendo como bien puede.

Esta última semana lo puede comprobar una vez más en la visita a las comunidades. En las itinerancias la dinámica es siempre la misma. Llegamos a la comunidad, generalmente por la tarde, buscamos un lugar donde instalarnos y colgar nuestras hamacas, y después de hablar con los líderes, si la comunidad es grande comenzamos a atender a la gente, comandados por la hermana Rosi, salesiana italiana, tomar la tensión, dar medicinas...

Por la mañana tenemos las confesiones y la misa, siempre bien concurrida, con la participación de la práctica totalidad de los moradores, seguida de la quiñapira, momento de compartir los alimentos que forman parte de la dieta básica de la gente, pescado, generalmente muy picante, y tortas de mandioca que vendrían a sustituir al pan. Después seguimos atendiendo hasta que en lancha nos vamos a la siguiente comunidad.

El esfuerzo para llevar a cabo este trabajo es grande, pero todo se ve compensado por la gente y la forma de recibirnos. Me sorprende la alegría con que viven, las continuas carcajadas que sueltan, a pesar de las dificultades por las que pasan. Es gente extremadamente alegre, risueña, que contagia esa alegría que en muchos lugares se ha perdido.


A la vuelta me sorprendió cómo los jóvenes y los niños de Parí Cachoeira, donde vivo, participan de las cosas de la parroquia. Toqué las campanas y en la misa del viernes por la noche había unas 90 personas, más de 80 menores de 20 años. Para mí, como ya he dicho otras veces, éste es un gran desafío, acompañar a esta gran cantidad de jóvenes y niños.  

Hoy domingo, uno de mayo, tuvimos en la misa la abertura del mes de María. Cada comunidad ha traído una imagen de María que después va a visitar las casas de la gente para hacer oración un día en cada familia. Aquí la tradición salesiana marca la influencia de Nuestra Señora Auxiliadora, pero por encima de las advocaciones lo bonito es ser esa Iglesia misionera, que se hace presente en la vida de las familias y nos ayuda a ser, a ejemplo de María, verdaderos discípulos.

Pido a Dios que me siga animando en mi vida sacerdotal y misionera para que pueda ser presencia suya en la vida de la gente, ahora en la vida de los pueblos indígenas del Río Tiquié, sobre todo en las comunidades más distantes, allí donde viven los más pobres y abandonados, llevándoles la alegría de la Buena Noticia del Reino.

Un abrazo.

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