El encuentro con un milagro llamado Jeymisson
Hoy ha sido uno de esos días en los
que uno descubre los verdaderos motivos por los que está en el
mundo, poder ayudar a quienes nos necesitan, ser instrumento de ese
Dios que quiere que hagamos realidad un mundo mejor para todos. En la
vida de Jeymisson y en cómo le miraban sus padres he podido
contemplar que nuestra ayuda puede ser motivo de felicidad para
quienes nos rodean y que podemos cambiar el curso de la historia para
bien o para mal.
Jaimyson es el hijo de la mujer a la
que, en una aventura digna de película dramática, conseguimos
trasladar en el tractor, y más tarde en una camilla con la ayuda de
los militares, para que pudiese ser evacuada hasta el hospital, a más
de doce horas de viaje en una pequeña lancha. El día 3 de noviembre
nació a duras penas, pero, por un verdadero milagro, sobrevivió y
ha vuelto para casa con sus padres.
He ido a visitarles junto con el
comandante de los militares y en los más o menos cuatro kilómetros
de camino hasta su casa han pasado por mi mente las imágenes de
aquella noche, las ganas de querer ir más deprisa por un camino
impracticable, los gemidos de dolor de una madre que no quería
perder las ganas de luchar por la vida de quien llevaba dentro, el
lugar donde no conseguimos avanzar más con el tractor, la falta de
fuerzas cuando cargábamos a la mujer en un colchón en condiciones
de lo más precario, la llegada de los militares en una verdadera
contrarreloj... que al final se ganó en el último segundo.
Lo mejor de todo es ver hoy a alguien
fuerte, con toda una vida por delante, sin ninguna secuela y que,
como primer hijo, ha llenado la casa de lloros y risas, de alegría
para unos padres que agradecen de corazón que todo haya salido bien.
El primer agradecimiento vino con el nombre del niño, el mismo del
médico militar que realizó los primeros auxilios todavía en su
casa.
Son estas historias que uno nunca
olvida, sobretodo éstas que acaban con un final feliz, lo que da
sentido al trabajo misionero. Cuidar de la vida de la gente,
especialmente de aquellos por quienes muchos no quieren preocuparse,
debería ser la misión fundamental de todo ser humano y una
exigencia para todo cristiano.
Hemos vuelto contentos, satisfechos de
ver que hacer simplemente lo que uno tiene que hacer es lo que
inclina la balanza de un lado o de otro. Dios no nos pide más que
eso, que no pasemos de largo delante de aquel que desde el borde del
camino espera que seamos presencia misericordiosa del Dios que nunca
nos abandona.
Esto es lo que nos ayuda a superar los
sinsabores con los que uno se depara en el día a día, las pequeñas
o grandes decepciones que uno sufre con las personas con las que
convive, de quienes espera cercanía y apoyo, pero de las que en
ocasiones recibe aquello que no desea. Pero la vida es larga, llena
de sorpresas y como dice el refrán castellano, “somos arrieros y
en el camino nos encontraremos”.
Un abrazo
Que alegría que estén sanos y salvos!! Gracias por hacerlo posible :)
ResponderEliminarEn este adviento, la historia de esta familia me recuerda a la de la familia de Nazaret camino de Belén sin nadie que les diera posada. Benditos los que permanecen al lado de los pobres porque ellos verán nacer a Dios. Un abrazo. Patricia
ResponderEliminar